En
uno de los parpadeos mientras alternas la mirada entre el abismo y el
enfrente, justo cuando cae la pestaña, se te escapa una microexpresión,
amago de sonrisa, mueca imperceptible al ojo que se le escapa al alma.
Justo en ese segundo, sabes que vas a saltar.
Porque no saltar, significaría caer. Y porque, además, quieres. Quieres saltar, cruzar al otro lado; esa comisura elevada de medio lao te ha chivado que es el momento. El viento es favorable y sostendrá tu vuelo si el impulso se queda corto. Es momento de volar. Volar, para a aprender a volver.
Y en las volteretas de cambio, no hay péndulo, no mides ni cronometras tiempo ni espacio; no le pones nombre y no lo nombras; es dejar atrás y lanzarte al adelante, con el plexo solar de par en par, sin hora, ni prisa, ni llanto, ni luz. Sin pudor, sin perder; Sin estación de destino, sin brújula, sin miedo, sin sombras.
Y hay dos nervios, malos y buenos. Los malos que tiran de ti hacia el repetir patrones de (in)cómodo dolor; y los buenos… los nervios buenos, los mariposos, impulsores, activadores, motivadores, que igual te quitan el hambre que te comes el mundo; que te susurran que si… ¡que te gritan que ya!. Los que te recuerdan que hay tanto por hacer, que NO puedes NO hacerlo; los que desentierran el recuerdo de que eres de las que llora de emoción mucho más que de pena, y que esas tornas tienen que volver a girar; que los retos son tu casa, y buscar sonrisas, tu hogar.
Suspendida entre trampa y trampolín, la entraña devora las listas de pros y contras, y decide el pecho abierto, sin sistema, ni estrategia, ni ciencia ni conciencia… ¿cómo no surcar cielo y tiempo con estas alas sin reloj?
El silencio tan hueco, cómplice combustible, cicatriz de fortaleza, presi·diaria liberada… y un salto ligero al vacío lleno.
Foto: Cesar González
Porque no saltar, significaría caer. Y porque, además, quieres. Quieres saltar, cruzar al otro lado; esa comisura elevada de medio lao te ha chivado que es el momento. El viento es favorable y sostendrá tu vuelo si el impulso se queda corto. Es momento de volar. Volar, para a aprender a volver.
Y en las volteretas de cambio, no hay péndulo, no mides ni cronometras tiempo ni espacio; no le pones nombre y no lo nombras; es dejar atrás y lanzarte al adelante, con el plexo solar de par en par, sin hora, ni prisa, ni llanto, ni luz. Sin pudor, sin perder; Sin estación de destino, sin brújula, sin miedo, sin sombras.
Y hay dos nervios, malos y buenos. Los malos que tiran de ti hacia el repetir patrones de (in)cómodo dolor; y los buenos… los nervios buenos, los mariposos, impulsores, activadores, motivadores, que igual te quitan el hambre que te comes el mundo; que te susurran que si… ¡que te gritan que ya!. Los que te recuerdan que hay tanto por hacer, que NO puedes NO hacerlo; los que desentierran el recuerdo de que eres de las que llora de emoción mucho más que de pena, y que esas tornas tienen que volver a girar; que los retos son tu casa, y buscar sonrisas, tu hogar.
Suspendida entre trampa y trampolín, la entraña devora las listas de pros y contras, y decide el pecho abierto, sin sistema, ni estrategia, ni ciencia ni conciencia… ¿cómo no surcar cielo y tiempo con estas alas sin reloj?
El silencio tan hueco, cómplice combustible, cicatriz de fortaleza, presi·diaria liberada… y un salto ligero al vacío lleno.
Foto: Cesar González
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