jueves, 21 de diciembre de 2017

¿QUE SI ME ACUERDO?


Hoy, como cada fin de evaluación desde hace años, me has hecho llegar tus notas de clase. Antes me las acercabas, hoy me las mandabas por whatsapp. Notazas, qué orgullo. Y por si eso no fuera suficiente ilusión, me has dicho una de las cosas más bonitas que me han dicho en vi vida: “A ver, tú fuiste quien me infundiste los valores de definir dónde está mi límite y de momento no veo donde está”… ¿pero como coño te voy a haber enseñado yo eso? Quiero decir… ¿en serio? Ni se te ocurra volver a hacerme llorar en horario laboral.

Y tú, que me has mandado una foto desde tu coche, en la que aparece la puerta de CR Talavera, y la subtitulas “Ahora a quien entro a ver yo ☹️“  Y me he roto un poquito por dentro…


¿Qué si me acuerdo de ti?

Y cuando paso por la cafetería en la que curras tú, sólo por verte, porque ya hace frío para convencer a mis amigas de seguir yendo allí a desayunar… y a veces paso, sin que me veas, sólo por ver si sigues ahí, si estás bien…

Y he debido ser tan pesada, o apasionada, que un amigo viene a preguntarme si una de “mis chicas del vídeo” trabaja en una panadería, porque le ha parecido que era ella. Y le digo segura que sí, porque me escribiste hace unos días para contarme que estabas currando. Y te echo de menos, rubia.

¿Qué si me acuerdo de vosotros?

Y tú que cuatro años después, y viviendo a 300 kilómetros, sigues recomendando a conocidos que vayan al proyecto, y sueltas cinco líneas de todo lo que sigues recordando y aplicando en tu día a día profesional, y tanto tiempo después, agradeciendo. Increíble.

O tú, que casi eres ya colaborador habitual y estrella audiovisual, que no solo me permites seguir siendo testigo de tu evolución, sino que me invitas a ser parte de ella, y no hay mes que no nos pongamos al día.

¿En serio me preguntas si me acuerdo?

De ti, que me contactas para contarme que te han contratado tras las prácticas del curso que planificamos; De ti, que tuve que guardar el secreto de que ya habías titulado la ESO para que no te fueras muy lejos…; De ti, y de qué tal te habrá ido en la atractiva empresa en la que tanto costó conseguirte la plaza de prácticas; De ti, pequeña, que al fin te has lanzado a interpretar, me emocionas; De ti, que se te quebró un sueño y peleaste por el sucedáneo más gamberro, y te salió bien; De ti, que tenías nombre de ministro, y tres años después me sigues pidiendo consejo y contando novedades; De ti, que me cuentas con entusiasmo que te han llamado para la campaña de Navidad; y de ti, con nombre de dios, que seguro sigues vacilando a todas mis compañeras…

¿Qué si me acuerdo…?

Cada día me recordáis quien soy, me recordáis por qué hago lo hago, por qué hay que seguir luchando. Me dijiste: haces justo lo que nos has enseñado, seguir intentando siempre crecer… y me devolviste realidad, le diste sentido.

¿Qué si me acuerdo…?
A cada momento ME ACUERDO, te recuerdo, os añoro, te extraño, me refuerzas, a cada momento sois el espejo en el que quiero mirarme, que me devuelve el reflejo de los trocitos de mi alma a la que habéis dado forma.

ME ACUERDO SIEMPRE.

MI MUCHACHADA, GRACIAS.



sábado, 16 de diciembre de 2017

VERTIGAZO

El momento exacto antes de saltar. Ese en el que casi no saltas. Ese instante lo cambia todo. Y en la panza, vertigazo.




En uno de los parpadeos mientras alternas la mirada entre el abismo y el enfrente, justo cuando cae la pestaña, se te escapa una microexpresión, amago de sonrisa, mueca imperceptible al ojo que se le escapa al alma. Justo en ese segundo, sabes que vas a saltar.

Porque no saltar, significaría caer. Y porque, además, quieres. Quieres saltar, cruzar al otro lado; esa comisura elevada de medio lao te ha chivado que es el momento. El viento es favorable y sostendrá tu vuelo si el impulso se queda corto. Es momento de volar. Volar, para a aprender a volver.


Y en las volteretas de cambio, no hay péndulo, no mides ni cronometras tiempo ni espacio; no le pones nombre y no lo nombras; es dejar atrás y lanzarte al adelante, con el plexo solar de par en par, sin hora, ni prisa, ni llanto, ni luz. Sin pudor, sin perder; Sin estación de destino, sin brújula, sin miedo, sin sombras.


Y hay dos nervios, malos y buenos. Los malos que tiran de ti hacia el repetir patrones de (in)cómodo dolor; y los buenos… los nervios buenos, los mariposos, impulsores, activadores, motivadores, que igual te quitan el hambre que te comes el mundo; que te susurran que si… ¡que te gritan que ya!. Los que te recuerdan que hay tanto por hacer, que NO puedes NO hacerlo; los que desentierran el recuerdo de que eres de las que llora de emoción mucho más que de pena, y que esas tornas tienen que volver a girar; que los retos son tu casa, y buscar sonrisas, tu hogar.


Suspendida entre trampa y trampolín, la entraña devora las listas de pros y contras, y decide el pecho abierto, sin sistema, ni estrategia, ni ciencia ni conciencia… ¿cómo no surcar cielo y tiempo con estas alas sin reloj? 


El silencio tan hueco, cómplice combustible, cicatriz de fortaleza, presi·diaria liberada… y un salto ligero al vacío lleno.


Foto: Cesar González