lunes, 30 de diciembre de 2019

LO QUE APRENDÍ EN LOS SILENCIOS DE JUNIO

Han hecho falta meses para esta digestión. Ha hecho falta la perspectiva del tiempo, la distancia del foco, la calma tras la euforia gustosa. Ha hecho falta mucha pantalla en blanco y mucho repaso de recuerdos atesorados para sentarme a escribir lo que aprendí en los silencios de junio.

Me ha pasado varias veces en la vida, y he de decir que lo he vivido como una sensación absolutamente maravillosa, que visualizo una idea y es de una nitidez tan abrumadora, que sé positivamente que es una foto de futuro. Y así fue con el evento para el aprendizaje que organizamos en junio de 2019.


No voy a hablar del trabajo que llevó detrás, porque, aun siendo emocionante, se puede imaginar que eso daría para otro episodio, incluso temporada completa, ¿verdad David?

Quiero compartir los momentos que no eran el evento, los instantes que no eran objetivo, los ratitos, esos ratitos en que siete personas preciosas me hicieron un hueco en sus tiempos. 

Los ratos en los que descubrí que tenía en común con estas personas extraordinarias aquello tan mío de que el amor y el humor han de ser la base de todo. Y en este caso, madre mía, sobre todo el humor. Cuanto me reí esos días… gracias, no tiene precio.

Los momentos en los que de pronto, la Arnáiz está en los pasillos de tu oficina haciendo sus cosillas de Arnáiz, y solo de su sonrisa ya puedes aprender lo que es brillar. Qué emocionante abrazar así a alguien que te inspira tanto desde su propia generosidad.

Los silencios en que asistí, como invitada privilegiada y de manera absolutamente espontánea, al asentamiento de ideas de futuro en la empleabilidad… paseando por Gran Vía. Como en las películas, te lo juro: pim pam, idea, pim pan, intercambio, pacá pallá, síntesis, y al Cejudo se le enciende una bombilla sobre la cabeza (y eso es ya muy arriba) y zas, entre todos, lanzamiento de conceptos absolutamente válidos para el acompañamiento al empleo. Y ya le iremos dando forma. Y yo en silencio, haciendo con que no flipaba.

Los instantes en los que la hermosa espiral de complicidad que hay entre estas personas, luminosa y colorida, te arrastra amablemente, y compartes inquietudes, sonrisas, rincones emocionales, proyectos, dudas, alegrías… vida.

Los silencios en los que aprendí que la ternura y sabiduría antigua de Elena, la visión absoluta y el humor de David, el sarcasmo y los guiños laborales de Enrique, la poderosa presencia de Eva, la cercanía afable-profesional de Andrés, el cariño formidable del trabajo de Guillem y la entrega apasionada de Marta, eran un compendio maravilloso de sensaciones y vivencias que me iba a llevar para mí, y que me acompañarían de manera férrea en mi camino.

Los silencios, en los que David me miraba y me decía: tranquila, es normal. 

Los silencios en los que gritaba por dentro.

Los silencios que necesité para atrapar cada instante de crecimiento profesional, de nuevo haciendo difusa la línea que separa de lo personal, si es que sigue existiendo. Silencios en los que sentía cómo me recorría por dentro una inmensa alegría, juguetona y casi pueril, por haber podido dar eso a mi gente. Lo merecen todo.

Los silencios que fueron pura energía de recarga. De recuerdo. De reafirmación. Por aquí, sí.

Lo que aprendí en los silencios de junio… 

¡Lo que aprendí en los silencios de junio!