Los analfabetos del futuro no serán los que no usen IA, sino los que no sepan pensar…
Y eso, para quienes trabajamos acompañando a otras personas en sus procesos de orientación laboral, nos interpela profundamente.
En tiempos de inteligencia artificial, donde cada vez más tareas pueden ser automatizadas, la habilidad verdaderamente revolucionaria será pensar por una misma. Formular preguntas, discernir, tomar decisiones éticas, interpretar lo que ocurre a nuestro alrededor, conectar ideas, detectar trampas, imaginar caminos. Y esto no es un lujo filosófico: es una necesidad urgente en el acompañamiento al empleo.
Porque no basta con que una persona sepa desenvolverse en portales de empleo o hacerle preguntas a ChatGPT. Eso solo indica que ha aprendido a pulsar botones, no que haya descubierto su lugar.
Usar herramientas no equivale a orientarse. No equivale a saber buscar trabajo de forma digna. Ni mucho menos a sostenerse con entereza cuando todo alrededor invita a rendirse.
Sin pensamiento crítico, sin mirada propia, sin esa lucidez interior que permite leer el mundo con profundidad, es fácil naufragar. Es fácil tragarse lo que venga, aceptar empleos indignos como si fueran la única orilla posible, normalizar el agotamiento, repetir fórmulas sin alma.
Es fácil disfrazarse de empleable y perderse por dentro.
Es fácil dejar de elegir, dejar de preguntarse, dejar de ser.
Y ahí, justo ahí, es donde entra nuestro papel.
Porque acompañar en lo laboral no es entregar una caña y explicar cómo pescar, si el mar está contaminado o si la persona no tiene hambre, sino miedo.
Acompañar no es enseñar a redactar un buen currículum si ese currículum no representa de verdad lo que la persona es, lo que sueña, lo que merece.
Tampoco es preparar una entrevista como si se tratara de superar una prueba, cuando lo que muchas personas necesitan es reparar una herida antigua: la de sentirse inadecuadas una y otra vez.
Acompañar es alumbrar caminos, no imponer rutas.
Es ayudar a ver con ojos nuevos. A pensar con claridad entre tanto ruido.
A distinguir lo digno de lo tóxico, lo propio de lo impuesto, lo que empodera de lo que aplasta.
Nuestro trabajo es muchas veces sostener una brújula en medio del vendaval, en un mercado laboral que cambia de forma sin cesar, que a veces premia lo vacío y castiga lo esencial.
Un mercado ambiguo, donde se confunde visibilidad con valor, productividad con valía, velocidad con avance.
Por eso, más que enseñar a adaptarse, estamos llamadas a acompañar a resistir sin rendirse, a adaptarse sin traicionarse, a avanzar sin dejar de ser.
Acompañamos a recuperar la voz, la mirada, el pulso. A recordar que hay vida más allá del algoritmo, y dignidad más allá de las métricas.
Porque cuando una persona se reencuentra con su propio eje, todo cambia. Ya no busca por desesperación, sino por derecho.
Ya no acepta lo que sea, sino que empieza a construir lo que quiere, aunque sea paso a paso.
Y ese momento… ese instante en que alguien dice “esto no lo había visto así”, “esto no me lo había planteado”, “esto sí me representa”…
ese momento es oro.
Es el verdadero indicador de impacto.
Es lo que da sentido a nuestra brújula y a nuestra vocación.
No puedes acompañar hacia donde tú no has ido.
Si tú como profesional repites fórmulas sin revisarlas, si te dejas llevar por la corriente sin una mirada crítica, si no cuestionas tus propios automatismos, ¿cómo vas a ayudar a alguien más a pensar por sí mismo?
El pensamiento no se delega. No se copia-pega. Se cultiva. Y empieza por una misma.
No basta con saber usar herramientas digitales. Necesitamos entrenar un repertorio de competencias que integren lo técnico, sí, pero también lo ético, lo relacional, lo emocional, lo estratégico. Competencias sociodigitales que permitan poner la tecnología al servicio de la autonomía y no al revés.
¿Y cómo empiezo a entrenar todo esto como profesional del acompañamiento al empleo?
- Cuestiona tus automatismos.
- Date espacio para pensar.
- Forma parte de conversaciones que te desafíen.
- Hazte preguntas nuevas.
- Sé tu primera persona orientada.
Pensar no es un lujo. Es una forma de cuidarnos. Y en nuestro trabajo, es también un acto de coherencia.
Quizá, si en algún momento sientes que te gustaría caminar este proceso acompañada, podríamos explorarlo juntas.