En determinadas profesiones, sobre
todo si hablamos en el ámbito persona-a-persona, la implicación personal en el
trabajo, bien entendida, debería ser un factor enriquecedor del servicio
ofrecido.
No son pocas las veces que leemos
artículos o visualizamos vistosas infografías sobre la necesaria separación
entre vida profesional y personal, con tips para desconectar, listados de las 7
razones para marcar esa barrera, y otra serie de recursos y consejos estupendos
para conseguir una diferenciación muy clara. Ok, vale, pero eso no tiene por
qué significar que no te impliques personalmente a la hora de trabajar. Me
explico.
Soy orientadora laboral, técnica de
empleo, agente de inserción sociolaboral, o como lo quieran llamar el año que
viene. A mí me gusta siempre decir, y así lo expreso en mis redes sociales, que
Acompaño en el camino a personas en crecimiento profesional y personal; es un
privilegio y un placer. Y esto quiere decir, sí, que trabajo con los famosos y
omnipresentes Itinerarios Personalizados de Inserción. Pero de verdad, de una
manera bastante longitudinal y un seguimiento cercano. Irremediablemente, desde
mi punto de vista, para hacer bien este trabajo, es imprescindible la
implicación personal con la persona orientada. Repito, si se quiere hacer bien.
Esa implicación va más allá de la
empatía. Va más allá de la profesionalidad de conocer los datos relevantes para
el acompañamiento en el itinerario. Esa implicación significa acordarte de que
operaban a su perro, preguntar por la sentencia de divorcio o interesarte por
el primer día de colegio de su peque. Porque señores y señoras, todo el mundo
sabe ya que la figura del orientador abarca mucho más allá de lo profesional y
lo laboral, pero en raras ocasiones se dispone del tiempo y de la
predisposición para este tipo de implicación. No hay que ser su amigo, (aunque
no pasa nada si se llega a ser, ¡fuera tabús de una vez!), no se trata de ser
su psicólogo (aunque algunos lo seamos por titulación, pero no su psicólogo
clínico, I mean). Se trata de entender a las personas que atendemos como ese TODO
que son, y darle la importancia que cada una merece, con todos sus pormenores,
sus fortalezas, sus inseguridades, sus competencias, sus circunstancias, su
micromundo, que se conforma de muchos detalles que no hay que perderse, porque
además, también forman parte de ese profesional que hay en la persona.
Nunca sabes en cual de esos detalles
va a estar la chispa que genere sus cambios, que encienda su motivación, que
arraigue su implicación en su propio proceso evolutivo personal y profesional.
Cualquier matiz de su vida puede ser el ‘click’ del que partir para empoderar y
propulsar el despegue de una persona. Ese despegue vital, por experiencia
podemos decir, que muchas veces ha sido generado simplemente porque esa persona
ve que su orientador/a recuerda ‘aquel detalle’ y le importa, y eso le hace
comprometerse consigo mismo y con el profesional que ha mostrado interés real
por su vida y por sus avances. Esta es la implicación personal a la que me
refiero.
Soy orientadora para empleo… y me
emociono cuando alguien con serias dificultades a varios niveles consigue un
puesto de trabajo tras mucho esfuerzo, y me encanta que me manden un mensaje
fuera de mi horario laboral para decirme que tienen una entrevista o que les
apasiona el curso cuyo inicio acordamos juntos. El día que eso me moleste
porque es obligatorio marcar líneas rojas, pasaré al otro lado de la mesa para
buscar un nuevo horizonte profesional.
Foto: Cesar González |
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