Los pequeños grandes maestros que la
vida te pone en el camino cada día, que te recuerdan que cuando enseñas también
aprendes, aunque dicho aprendizaje signifique evidenciar las diferencias
generacionales, muchas veces, para bien.
Foto: Cesar González |
Desde que mi querido grupo
cómico-musical “Ojete Calor”
(sí, has leído bien) acuñase este término, con ningún otro vocablo, real o
inventado, me he identificado tanto en algunos aspectos de mi profesión.
Las personas para las que trabajo
desde hace unos años son eso que llamamos “jóvenes en riesgo de exclusión”, que
no significa nada más que han nacido en el momento histórico equivocado, o en
el lugar erróneo, o ambas, o simplemente que no han tenido las mismas
oportunidades que otros sí tuvimos en la etapa infantojuvenil. Total, que de 18
a 29 años, me encuentro maestros de los que aprender de todo tipo. Y esto,
amigos, te hace ser enseguida viejoven. Sobre todo en la era del ‘va que
vuela’, donde lo de ayer es antiguo y lo de antier, obsolescencia programada
radical.
Con esta premisa, paso a contar el
listado de particularidades, tanto idiomáticas como de sabiduría popular juvenil,
que me llevo en la mochila cada jornada, cada estación, cada año.
Resulta que soy orientadora de
personas para las que Twitter cayó en declive hace tiempo, al menos para lo que
ellos y ellas lo usaban; Facebook es para viejunos, o para compartir poco más
que videos de Cabronazi o frases dudosamente atribuidas a Paulo Coelho y
sucedáneos; dicha red social, parece ser también para personas jóvenes pero
solteras (emoticono asombro – emoticono asombro – emoticono asombro!!), siendo
verbalizado en numerosas ocasiones que una vez que estás en pareja, ‘lo suyo es
quitarte de Facebook’. ( <- Esto es muy grave, y mucho más habitual de lo que
pensamos, y da para otro post entero, quizá más adelante).
Soy orientadora de generaciones con
las que no hace tanto me identificaba en muchas cosas, para quienes Instagram
es la ventana al mundo, y acumular megustas en sus fotos es más importante que
no haber titulado la ESO. Se lo hemos hecho creer así, no miremos para otro
lado. Para quienes SnapChat, que ni siquiera lo pronunciamos bien, ‘es un poco
para críos, pero divierte’.
Nadie suele calcular con exactitud la
edad real que tengo, porque realmente esta cuadrilla (¡¿cuadrilla?! estoy
viejoven…) me contagia su energía e intento mantenerme al día para que la
comunicación fluya, pero seamos realistas, me hacen sentir viejoven. A veces se
me escapa un “estás en la onda” o “qué buen rollo” y parezco la mujer
desactualizada, y es todavía peor. Al menos, esto es verdad, no son “no estás
al loro” u “okey makey” que ya son de llorar fuerte.
Y de pronto llegan tarde a una cita
de orientación porque en el Parque del Prado de mi ciudad resulta que hay
varias PokeParadas, y bichejos de colores, y estaba a punto de abrirse un
huevo, y claro, se ha retrasado. Y asientes sonriendo, y al irse buscas todo
eso en Google y te pones al día. Al siguiente joven le comentas el tema toda
cómplice, y descubres que eso ya se ha pasado de moda. Y así. Pero NUNCA dejas
de intentarlo. Nunca dejes, por favor.
Aprendo mil. Aprendo sin parar, y me
hacen ejercitar mi agilidad mental. Aprendo que se puede estar “encenagao” en
lugar de muy cabreado, que hay “findes que rentan” en lugar de sábados que
merecen la pena; Que aderezan sus recuerdos de hace un año en redes sociales
con comentarios de “madre mía, qué tiempos”; Que una ardilla podría saltar de hashtag
en hashtag en sus estados sin tocar el fondo de pantalla; Que el estampado
choni de leopardo, ahora es ‘animal print’ y es trendy, aunque la foto te la
hagas poniendo morritos y con el wc al fondo.
Que la necesidad agudiza el ingenio,
algo que hemos oído toda la vida, pero que me demuestran sin pudor y con
maestría, y que intentamos que enfoquen y apliquen a su vida profesional; Aprendo
que si deciden retomar sus estudios, se evidencia que tienen la cabeza mejor
amueblada que los suecos aquellos, y sólo necesitaban que alguien se lo
recordase y les diese la oportunidad; Que cuando algo les apasiona, ponen el
alma, como sólo se pone en esa etapa de la vida, que te desbordas cuando te
entregas; Que aman profundamente a sus perros y a sus gatos, que no son
mascotas, son familia, y eso, es muy grande; Que les llena de orgullo tener su
primer trabajo de fin de semana repartiendo pizzas o conseguir con su esfuerzo
y competencias un puesto de cajero de supermercado en la campaña de Navidad, y
así poder pagar la luz en casa, esto les emociona hasta el llanto, aunque nunca
se lo dirán a su madre…
Si estos no son maestros, no sé cómo
llamarles.
Y si no me hicieran sentir viejoven,
no sería lo mismo ;)
No hay comentarios:
Publicar un comentario