En el mundo digital convivimos con
una paradoja muy humana: a veces somos nosotras quienes buscamos la herramienta
que nos ayude a resolver un problema concreto, y otras veces es la herramienta
la que nos inspira a hacer algo que ni siquiera se nos había pasado por la
cabeza.
Es como caminar por un bosque. Hay
días en que sales con una dirección clara: sabes que quieres llegar al río y
necesitas un puente para cruzarlo. Entonces buscas la aplicación, la plataforma
o la inteligencia artificial que te acerque a tu objetivo. Esa herramienta es
puente, es camino, es soporte.
Pero hay otros días en que sales a caminar sin rumbo fijo, y de pronto te topas con un claro que no esperabas, con una flor desconocida, con un sendero lateral. Ahí aparecen las herramientas que, al descubrirlas, nos despiertan ideas nuevas: un recurso que no sabíamos que existía y que abre una posibilidad distinta, una pregunta inédita, una forma nueva de mirar la realidad.
Dos caminos, dos riesgos
Ambos recorridos son válidos y
necesarios. El problema surge cuando los vivimos en automático:
- Si solo partimos de la necesidad, podemos
caer en la ilusión del “software salvador”: buscar desesperadamente la
app que nos solucione la vida, delegando en ella más de lo que
deberíamos. Eso nos lleva a frustraciones y a llenar el móvil de
herramientas que apenas usamos o guardar enlaces y vídeos en la carpeta de
“mirar después”.
- Si solo nos dejamos arrastrar por las
herramientas, corremos el riesgo de caer en dinámicas poco
conscientes: acumular plataformas, probar por probar, vivir en la moda
digital del momento, sin haber reflexionado antes qué sentido tiene para
nosotras o para quienes acompañamos.
En un caso nos falta perspectiva;
en el otro, nos falta propósito.
El para qué como brújula
La clave, una vez más, está en el para
qué. No se trata de elegir entre necesidad u oportunidad, sino de tener
claro el propósito que nos guía.
Preguntarse:
- ¿Qué quiero lograr?
- ¿Qué facilitaría este proceso?
- ¿Qué impacto tendría en mí, en mi trabajo o en las
personas con las que colaboro?
Cuando las respuestas son claras,
la relación con lo digital cambia de raíz. Ya no se trata de usar herramientas
por obligación, ni de seguir tendencias porque todo el mundo habla de ellas,
sino de elegir con criterio.
Responsabilidad sociodigital como marco
Ese criterio que necesitamos no
nace de la nada: se cultiva. Y ahí entran en juego las competencias
sociodigitales, que van más allá de saber manejar herramientas.
Hablamos de pensamiento crítico
para distinguir la novedad del humo, de comunicación digital responsable para
no propagar sin más lo que se viraliza, de creatividad con propósito para
adaptar cada recurso a nuestra realidad, y de visión ética para no perder de
vista el impacto colectivo de lo que hacemos.
La responsabilidad sociodigital no
significa tener todas las respuestas, sino hacernos las preguntas adecuadas
antes de elegir cómo y con qué tecnologías queremos trabajar. Es, en
definitiva, recordar que cada clic también comunica, también educa, también
deja huella.
Digitaleo con frescura
Hablar de propósito y de
responsabilidad no significa que lo digital deba vivirse siempre con
solemnidad. También hay espacio para la curiosidad, para el juego y para el
ensayo-error. Ahí es donde aparece un concepto que ya sabéis que llevo mucho
tiempo usando, medio en risa, medio en serio: el digitaleo; ese enredar
fresco con la tecnología, probar por tu cuenta, equivocarte, descubrir atajos y
novedades a base de explorar. El digitaleo es exploración viva, aprendizaje
natural, la forma más humana de domesticar una herramienta nueva.
El digitaleo es en realidad la
semilla de la confianza digital. El verdadero riesgo llega cuando confundimos
esa frescura con el coleccionar sin sentido.
Innovar no es acumular, es integrar
La verdadera innovación no está en
usar mil aplicaciones distintas ni en ser la primera en probar la última IA del
mercado. Innovar significa integrar lo digital con sentido en nuestras
prácticas diarias, de manera ética, creativa y transformadora.
En cambio, (y al rabia que -me- da)
basta mirar las redes sociales para ver cómo se viralizan publicaciones con
listados numerados de “las 10 apps que cambiarán tu vida” o “las 7 herramientas
que no conocías”. La paradoja es que, muchas veces, esos listados ni siquiera
han sido probados por la persona que los comparte; probablemente han sido
redactados por otra inteligencia artificial que hace recopilaciones
automáticas. Y, sin embargo, funcionan, porque hay mucho fan del ranking,
de la acumulación, de la idea de que más es mejor. [También funcionan por
determinados sesgos cognitivos que he estado curioseando, pero da para otro post,
somos súper básicos, tío.]
Ese fenómeno de acumular cosas que
yausaré, podríamos llamarlo tecnocoleccionismo, y nos lleva a acumular
herramientas como si fueran cromos digitales, aunque luego jamás volvamos a
usarlas. Para mí, es pura apptitis: esa “inflamación” de acumular
aplicaciones solo por tenerlas, sin integrarlas en nada real.
El problema es que esa dinámica no
fomenta criterio, sino consumo digital compulsivo. Nos convierte en
coleccionistas de aplicaciones, en lugar de en usuarias con propósito. ¿Cuántas
de las apps que guardaste en un listado usas de verdad hoy en tu día a día? (Lo
mismo que todas esas recetas que guardaste y no has vuelto ni a mirar).
Porque un calendario digital puede
ser una simple agenda, o puede convertirse en la pieza que sostiene un proyecto
colaborativo. Una IA puede ser un entretenimiento pasajero, o puede ayudarnos a
analizar datos que nos permitan diseñar una intervención social más justa.
Lo que marca la diferencia no es la
herramienta en sí, sino la mirada que ponemos en ella.
Un viaje circular
Quizás la respuesta a la pregunta
inicial (¿Qué fue antes, la necesidad o la herramienta?) no sea elegir
un lado u otro, ni necesidad ni herramienta, ni conciencia ni práctica. En
realidad, el aprendizaje digital se parece más a un viaje circular: a
veces empezamos desde la urgencia de una necesidad y llegamos a descubrir
herramientas que la resuelven, y otras veces es una herramienta la que nos
provoca preguntas y nos despierta conciencia crítica.
Lo importante es no quedarse
atrapada en un único punto de partida, sino moverse entre ambos polos,
transitando de la práctica a la reflexión y de la reflexión a la práctica. Ese
ir y venir es lo que verdaderamente entrena las competencias sociodigitales y
convierte lo digital en algo con propósito.
Te invito a:
Quizás la próxima vez que tengas
una necesidad, antes de lanzarte a Google para buscar “la mejor herramienta
para…”, haz un alto y piensa: ¿Qué es lo que realmente necesito?
Aunque, seamos sinceras, ya casi nunca
lo buscamos en Google: ahora lo habitual es preguntarle directamente a una IA (normalmente
Chat GPT) y esperar una lista mágica.
Pero ahí también estamos perdiendo
una oportunidad de oro de desarrollar el pensamiento crítico: cuando usábamos
Google, al menos nos obligábamos a leer varios resultados, a comparar fuentes,
a contrastar antes de decidir cuál respondía mejor a nuestra curiosidad o
necesidad del momento. Con la IA, en cambio, solemos dar por válida una
única respuesta. Y ese es un terreno peligroso, porque ninguna IA es 100%
fiable ni lo será jamás: detrás de cada una siempre hay intereses creados
en función de quién la entrena, de qué datos se alimenta y de quién
es su dueño. Esto también pasa con los buscadores y el posicionamiento,
pero, al menos, teníamos la “ilusión de la libre elección” y entrenábamos
nuestro propio cuestionamiento.
Por eso, la brújula no está en el
escaparate digital, ni en Google, ni en la IA de moda, sino en tu propósito, en
tu “para qué”. Las herramientas son medios, no fines. Pueden ser potentes
compañeras de viaje, pero no sustituyen la lucidez de preguntarte primero qué
camino quieres recorrer.
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