jueves, 21 de agosto de 2025

¿QUÉ FUE ANTES, LA NECESIDAD O LA HERRAMIENTA?

En el mundo digital convivimos con una paradoja muy humana: a veces somos nosotras quienes buscamos la herramienta que nos ayude a resolver un problema concreto, y otras veces es la herramienta la que nos inspira a hacer algo que ni siquiera se nos había pasado por la cabeza.

Es como caminar por un bosque. Hay días en que sales con una dirección clara: sabes que quieres llegar al río y necesitas un puente para cruzarlo. Entonces buscas la aplicación, la plataforma o la inteligencia artificial que te acerque a tu objetivo. Esa herramienta es puente, es camino, es soporte.

Pero hay otros días en que sales a caminar sin rumbo fijo, y de pronto te topas con un claro que no esperabas, con una flor desconocida, con un sendero lateral. Ahí aparecen las herramientas que, al descubrirlas, nos despiertan ideas nuevas: un recurso que no sabíamos que existía y que abre una posibilidad distinta, una pregunta inédita, una forma nueva de mirar la realidad.




Dos caminos, dos riesgos

Ambos recorridos son válidos y necesarios. El problema surge cuando los vivimos en automático:

  • Si solo partimos de la necesidad, podemos caer en la ilusión del “software salvador”: buscar desesperadamente la app que nos solucione la vida, delegando en ella más de lo que deberíamos. Eso nos lleva a frustraciones y a llenar el móvil de herramientas que apenas usamos o guardar enlaces y vídeos en la carpeta de “mirar después”.
  • Si solo nos dejamos arrastrar por las herramientas, corremos el riesgo de caer en dinámicas poco conscientes: acumular plataformas, probar por probar, vivir en la moda digital del momento, sin haber reflexionado antes qué sentido tiene para nosotras o para quienes acompañamos.

En un caso nos falta perspectiva; en el otro, nos falta propósito.

 

El para qué como brújula

La clave, una vez más, está en el para qué. No se trata de elegir entre necesidad u oportunidad, sino de tener claro el propósito que nos guía.

Preguntarse:

  • ¿Qué quiero lograr?
  • ¿Qué facilitaría este proceso?
  • ¿Qué impacto tendría en mí, en mi trabajo o en las personas con las que colaboro?

Cuando las respuestas son claras, la relación con lo digital cambia de raíz. Ya no se trata de usar herramientas por obligación, ni de seguir tendencias porque todo el mundo habla de ellas, sino de elegir con criterio.


Responsabilidad sociodigital como marco

Ese criterio que necesitamos no nace de la nada: se cultiva. Y ahí entran en juego las competencias sociodigitales, que van más allá de saber manejar herramientas.

Hablamos de pensamiento crítico para distinguir la novedad del humo, de comunicación digital responsable para no propagar sin más lo que se viraliza, de creatividad con propósito para adaptar cada recurso a nuestra realidad, y de visión ética para no perder de vista el impacto colectivo de lo que hacemos.

La responsabilidad sociodigital no significa tener todas las respuestas, sino hacernos las preguntas adecuadas antes de elegir cómo y con qué tecnologías queremos trabajar. Es, en definitiva, recordar que cada clic también comunica, también educa, también deja huella.

 

Digitaleo con frescura

Hablar de propósito y de responsabilidad no significa que lo digital deba vivirse siempre con solemnidad. También hay espacio para la curiosidad, para el juego y para el ensayo-error. Ahí es donde aparece un concepto que ya sabéis que llevo mucho tiempo usando, medio en risa, medio en serio: el digitaleo; ese enredar fresco con la tecnología, probar por tu cuenta, equivocarte, descubrir atajos y novedades a base de explorar. El digitaleo es exploración viva, aprendizaje natural, la forma más humana de domesticar una herramienta nueva.

El digitaleo es en realidad la semilla de la confianza digital. El verdadero riesgo llega cuando confundimos esa frescura con el coleccionar sin sentido.

 

Innovar no es acumular, es integrar

La verdadera innovación no está en usar mil aplicaciones distintas ni en ser la primera en probar la última IA del mercado. Innovar significa integrar lo digital con sentido en nuestras prácticas diarias, de manera ética, creativa y transformadora.

En cambio, (y al rabia que -me- da) basta mirar las redes sociales para ver cómo se viralizan publicaciones con listados numerados de “las 10 apps que cambiarán tu vida” o “las 7 herramientas que no conocías”. La paradoja es que, muchas veces, esos listados ni siquiera han sido probados por la persona que los comparte; probablemente han sido redactados por otra inteligencia artificial que hace recopilaciones automáticas. Y, sin embargo, funcionan, porque hay mucho fan del ranking, de la acumulación, de la idea de que más es mejor. [También funcionan por determinados sesgos cognitivos que he estado curioseando, pero da para otro post, somos súper básicos, tío.]

Ese fenómeno de acumular cosas que yausaré, podríamos llamarlo tecnocoleccionismo, y nos lleva a acumular herramientas como si fueran cromos digitales, aunque luego jamás volvamos a usarlas. Para mí, es pura apptitis: esa “inflamación” de acumular aplicaciones solo por tenerlas, sin integrarlas en nada real.

El problema es que esa dinámica no fomenta criterio, sino consumo digital compulsivo. Nos convierte en coleccionistas de aplicaciones, en lugar de en usuarias con propósito. ¿Cuántas de las apps que guardaste en un listado usas de verdad hoy en tu día a día? (Lo mismo que todas esas recetas que guardaste y no has vuelto ni a mirar).

Porque un calendario digital puede ser una simple agenda, o puede convertirse en la pieza que sostiene un proyecto colaborativo. Una IA puede ser un entretenimiento pasajero, o puede ayudarnos a analizar datos que nos permitan diseñar una intervención social más justa.

Lo que marca la diferencia no es la herramienta en sí, sino la mirada que ponemos en ella.

 

Un viaje circular

Quizás la respuesta a la pregunta inicial (¿Qué fue antes, la necesidad o la herramienta?) no sea elegir un lado u otro, ni necesidad ni herramienta, ni conciencia ni práctica. En realidad, el aprendizaje digital se parece más a un viaje circular: a veces empezamos desde la urgencia de una necesidad y llegamos a descubrir herramientas que la resuelven, y otras veces es una herramienta la que nos provoca preguntas y nos despierta conciencia crítica.

Lo importante es no quedarse atrapada en un único punto de partida, sino moverse entre ambos polos, transitando de la práctica a la reflexión y de la reflexión a la práctica. Ese ir y venir es lo que verdaderamente entrena las competencias sociodigitales y convierte lo digital en algo con propósito.

 

Te invito a:

Quizás la próxima vez que tengas una necesidad, antes de lanzarte a Google para buscar “la mejor herramienta para…”, haz un alto y piensa: ¿Qué es lo que realmente necesito?

Aunque, seamos sinceras, ya casi nunca lo buscamos en Google: ahora lo habitual es preguntarle directamente a una IA (normalmente Chat GPT) y esperar una lista mágica.

Pero ahí también estamos perdiendo una oportunidad de oro de desarrollar el pensamiento crítico: cuando usábamos Google, al menos nos obligábamos a leer varios resultados, a comparar fuentes, a contrastar antes de decidir cuál respondía mejor a nuestra curiosidad o necesidad del momento. Con la IA, en cambio, solemos dar por válida una única respuesta. Y ese es un terreno peligroso, porque ninguna IA es 100% fiable ni lo será jamás: detrás de cada una siempre hay intereses creados en función de quién la entrena, de qué datos se alimenta y de quién es su dueño. Esto también pasa con los buscadores y el posicionamiento, pero, al menos, teníamos la “ilusión de la libre elección” y entrenábamos nuestro propio cuestionamiento.

Por eso, la brújula no está en el escaparate digital, ni en Google, ni en la IA de moda, sino en tu propósito, en tu “para qué”. Las herramientas son medios, no fines. Pueden ser potentes compañeras de viaje, pero no sustituyen la lucidez de preguntarte primero qué camino quieres recorrer.

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