martes, 8 de julio de 2025

¿Es que no tienes relojes en casa? El respeto al tiempo en los eventos en los que intervienes

He perdido la cuenta de los eventos a los que he asistido en los últimos años. Todos con temáticas en torno a la empleabilidad, transformación digital, competencias clave, futuro del trabajo, mercado laboral… Y entre tanto contenido valioso y tantas personas brillantes, hay algo que me sigue sorprendiendo y que, si te soy honesta, me incomoda profundamente. Y es aplicable al presencial y al online.

Me refiero a quienes no respetan el tiempo asignado para sus intervenciones.



Sí, eso que parece tan básico y que, sin embargo, se convierte en un fenómeno recurrente. Te dan 10 minutos y tú llegas con media hora de contenido. Y entonces aparecen las frases de manual:

— “Me están mirando fatal, ya termino.”

— “Sé que me he pasado, pero es que esto es muy importante.”

— “Unos minutillos más, que ya acabo.”

Y así, con una sonrisa cómplice, se roba tiempo como el que no quiere la cosa.


Lo siento, pero no. No es simpático. No es entrañable. Y no es profesional.


¿Es que no eres capaz de preparar lo que tengas que decir en el tiempo que te han asignado?

¿Es que crees que tu tema es más importante que el de las demás personas?

¿Es que no comprendes que si tú te excedes, a otra persona le van a tener que recortar?


Pasarse de tiempo no es solo un despiste: es una falta de respeto, de compromiso y de profesionalidad. Es olvidarte de que un evento es un engranaje colectivo, no un monólogo personal.


Últimamente he participado en dinámicas que, en teoría, solucionan esto: formato PechaKucha, tiempo cronometrado, número exacto de segundos por diapositiva. Un sueño dorado para las que disfrutamos de la síntesis y el ritmo. ¿El problema? Que ni siquiera así se respetan los tiempos. Hay quien decide ignorar el formato, avanzar a su bola, modificar el ritmo, y apropiarse del espacio común como si las normas no fueran con ellos.

En una de esas ocasiones me tocó a mí ser árbitra de tiempos. Y ya te lo digo, hubo personas que no terminaron. A los seis minutos, se cortaba, hubieras acabado o no. Haber leído e interiorizado las normas, que tienen una razón de ser. No es ser rígido, es jugar todos con las mismas cartas.


Porque si no sabes ajustarte, no puedes exponerlo todo. Esto es lo que hay. Aprender a comunicar también implica saber callar a tiempo.


Y por contraste, quiero rescatar un ejemplo brillante. Hace unos meses, en un evento en el que participaba, un problema técnico de conexión redujo considerablemente los tiempos previstos. Y un gran profesional, de los que dejan huella, tuvo que recortar su intervención sobre la marcha: de una hora prevista a tan solo 40 minutos. Digo “recortar”, pero en realidad fue amputar, porque eso es lo que se siente cuando tienes que rehacer tu narrativa al vuelo, con bisturí emocional y mental. Lo hizo con elegancia, seleccionando lo esencial y prescindiendo de ciertas partes sin que la intervención perdiera sentido ni coherencia. Porque entendía algo fundamental: que, en un evento colectivo, robarle tiempo a otra persona no es una anécdota, es un desastre. Y ese gesto, para mí, dijo mucho más de su profesionalidad que cualquier palabra que hubiese podido pronunciar.


Hay muchas formas de mostrar quién eres como profesional. Tus palabras cuentan, claro. Pero también tus silencios, tu capacidad de escucha, tu forma de encajar las reglas del juego y tu respeto al trabajo de las demás personas.


Tu marca personal también se proyecta en cómo gestionas el tiempo que se te da… y el que no.


Así que la próxima vez que prepares una intervención, no olvides esto: ser conciso no te limita, te potencia. Y cumplir los tiempos no es solo una cuestión de agenda, es una declaración de valores.